TRANSGÉNICOS, mirada desde la ética

TRANSGÉNICOS, mirada desde la ética

Laia Vinyals

El gusano de la curiosidad, ese impulso que se siente en el estómago como hambre de saber, el mismo que tienen las y los niños, el mismo que ha tenido el ser humano desde su aparición en la Tierra, es padre y madre de la ciencia. Va con el hombre y con la mujer la búsqueda de la verdad, de la realidad del mundo que nos rodea y de nuestra propia realidad. Es ese el objetivo más elevado de la ciencia y el acicate que nos hace crecer y desarrollarnos como individuos y como especie. ¿Son esos los objetivos de la biotecnología aplicada en los cultivos transgénicos?

Una sana curiosidad

La biotecnología es un caramelo para toda aquella persona entusiasta de la biología que se pregunta qué hace que la vida sea como es y necesita, para poder entenderla, pensarla en clave de mecano. Un conjunto de piezas, con un orden y una jerarquía, que se estructuran para dar forma o desempeñar una función. En el laboratorio, los hombres y las mujeres con bata blanca, son como niños y niñas la noche de reyes abriendo paquetes de conocimiento, con la ilusión brillando en los ojos al descubrir el mundo de posibilidades que aparece a su alcance, dispuestos a jugar.

Justo en mi temprana juventud, en pleno fervor por descubrir las maravillas y secretos del mundo biológico, y con una sensibilidad y compromiso social que envolvían mis sueños,  empezaba a llegar a la calle ese término que poco se había escuchado hasta entonces (aunque existe desde que se bebe cerveza y se come yogur): biotecnología. Y con esa nube llegó el chaparrón: transgén, organismo modificado genéticamente (OMG), maíz transgénico, tomates azules y bananas-vacuna, Monsanto y su Roundup… todo un desorden de conceptos y nombres, de promesas, ilusiones y miedos que ponen de manifiesto el impacto y responsabilidad que tiene la ciencia sobre la sociedad.

Aparentemente, puede parecer que la ciencia sea neutra. Al menos así pensaba yo cuando decía que la ciencia en el laboratorio no entiende de ricos y de pobres, y que se podía separar este trabajo de la ideología, como se separa el grano de la paja. Por eso en mis años de estudio y de investigación, de conocer y hacer uso de las herramientas que la propia biología pone a nuestra disposición, me aferraba a la etimología y al sentido más amplio de ciencia, que equivale a saber, pero desconocía la fuerza que tiene este saber.

Una ciencia al servicio del lucro

GREENPEACE
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El conocimiento no es inerte, cristaliza en la técnica, la hija primogénita de la ciencia, con la que el ser humano, desde los tiempos más remotos, va transformando el mundo y su forma de vivir, cambiando así la fisonomía de la cultura y nuestra manera de pensar y de hacer. La tecnificación de la sociedad ha comportado mejoras en los sistemas de comunicación y de transporte (hasta determinado grado y no exentas de  polémica), ha aligerado muchas de las condiciones de vida y de trabajo, ha contribuido a mejorar la atención a la salud…., pero a medida que vamos dependiendo más de la técnica, más nos desvinculamos de la naturaleza. Y la desvinculación de la naturaleza conlleva no tener presente sus ritmos, ni sus ciclos ni necesidades para permitir su desarrollo y su regeneración. Miramos el mundo natural con los mismos ojos que miramos los objetos, sustituimos la fuerza y muchas capacidades humanas por las de máquinas… Todo ello va cambiando nuestro sistema de valores y los equilibrios de poder haciendo que, principalmente, sea el afán por los bienes materiales, y el prestigio y el poder que se asocia a ello, lo que marque el rumbo de esta sociedad.

Y así, la ciencia, hecha por hombres y mujeres, ya no se mueve en busca de la verdad como objetivo primero. La empuja un motor económico que la hace ciega a la estela de consecuencias que va dejando a su paso. Y la hace de oídos sordos cuando se le recuerda que los beneficios de la técnica suelen aparecer de inmediato y de forma ostensible, mientras que los costes y perjuicios suelen ser tardíos en su aparición y muchas veces, imprevisibles. Otras veces, previsibles pero ignorados.

La tecnología de los transgénicos es hija de esta “ciencia” que describimos. Con la capacidad de trasferir genes de unas especies a otras, sin importar el reino ni el orden con el que se armoniza la cantidad de interacciones moleculares que se da en el seno de un organismo, se abre un nuevo mundo de inversiones y muchas posibilidades de negocio. El producto en sí, por su valor intrínseco, no es lo que más interesa a las empresas biotecnológicas. Más les preocupa su cotización en bolsa, controlar mercados y surfear con las leyes de patentes. Probablemente por eso siempre intentan escapar de lo que les puede hacer aminorar su crecimiento. Por eso evitan estudios serios, bien hechos e independientes, sobre las consecuencias de los OMG en el consumo y en el medio ambiente. Por eso tanta presión a gobiernos e instituciones para que políticas y leyes allanen su camino de expansión. Por eso tanto dinero destinado a publicidad y a crear una imagen de seriedad que les de credibilidad frente la sociedad.

La ciencia ha alcanzado unos niveles de conocimiento del mundo que nos rodea extraordinarios e inimaginables hace solo unos años. Y con la técnica, parece que el ser humano es capaz de crear y manipular lo que se proponga. Pero en sociedades occidentales, o de pensamiento occidentalizado, la ciencia ha descuidado por completo el objetivo de profundizar en nuestra propia realidad. Y sin el cultivo de las cualidades que constituyen la base del humanismo, del sentido moral y de la capacidad intuitiva de comprender nuestra propia naturaleza, la ciencia avanza como un barco sin timón en medio de una salvaje tormenta.

Reconducir la ciencia

Frente a la situación actual, donde la ciencia y la técnica dan al hombre y a la mujer tanto poder, es importante que nos cuestionemos hacia dónde queremos ir. ¿Qué sociedad queremos? ¿Qué hombre y qué mujer queremos? ¿Qué planeta queremos y cuál queremos dejar a nuestros hijos e hijas? Es imprescindible que reformulemos el concepto de progreso, ya que es fácil confundir el progreso humano con el simple progreso técnico. Porque, ¿de qué sirven todos los grandes progresos tecnológicos si no sabemos convivir unos con otros, ni con la Tierra, ni tampoco somos más felices?

Es importante que recuperemos el rumbo. Que devolvamos la importancia a los principios éticos y morales, ya que son las garantías del bienestar y lo que protege nuestra libertad. Que dediquemos tiempo y esfuerzo al conocimiento profundo de nosotros mismos para poder guiar nuestro devenir, y eso implica preguntarnos: ¿debemos hacer todo lo que somos capaces de hacer?

Esta pregunta es de gran importancia, más aún cuando la técnica nos confiere tanto poder. La biotecnología ha abierto un sinfín de posibilidades de intervención en lo biológico, con unas consecuencias imprevisibles e insospechables, tanto a nivel ambiental, de salud, como sociales. Por eso es fundamental preguntarnos a qué problemas quiere la biotecnología dar solución y si hay otras soluciones para ellos.

La biotecnología aplicada en la agricultura, pretende solucionar problemas ambientales (infertilidad del suelo, falta de agua, contaminación…) provocados por las agresivas prácticas agroindustriales, o promete terminar con el hambre, cuando es la misma industria biotecnológica la que los origina privando de soberanía alimentaria a miles de personas en el mundo.

Pensemos soluciones para los retos de hoy, pero soluciones verdaderas que no cronifiquen ni acentúen una estructura generadora de conflictos sociales ni ambientales.  Ejerzamos la libertad humana, esa libertad que es capacidad de renuncia a muchos ámbitos de poder. Porque la afirmación de algunos valores cuestiona o limita, muchas veces, el uso del poder.

No se trata de dar la espalda a los conocimientos y avances técnicos que la ciencia nos ofrece, ni de tener miedo a los cambios. Pero tampoco es cuestión de olvidar el cultivo de virtudes y valores como el respeto mutuo, el altruismo, la generosidad y gratuidad, la justicia… porque ello confiere el esqueleto para un desarrollo social y económico que permita redefinir, preservar y potenciar lo más humano, posibilitando un futuro feliz para todos y todas, en todos los lugares y para siempre.