Reseña de ‘Educar, trabajar, emprender’

Autor: Daniel Jover

Editorial: Icaria

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por Maria Teresa Miro

El título de este texto Educar, trabajar, emprender de Daniel Jover, hace referencia a las tareas a las que su autor se dedica  desde hace varias décadas. Y dado el contexto de crisis en que nos encontramos en la actualidad, también podría haberse titulado, por ejemplo, “¿cómo educar, trabajar y emprender hoy en día en medio de esta crisis?”. No hay duda de que responder a esta pregunta requiere reflexión, análisis, diálogo, debate, y sobretodo comprensión de lo que pasa y esta pasando; porque lo que define una crisis como tal es que no se ve la salida. Por esta razón, las crisis no sólo conducen a nuevas oportunidades, como dicen los chinos, sino que también conducen a la depresión y al suicidio, como tristemente constamos cada día. Tal vez, por esta razón, el autor ha añadido un subtítulo a su libro que ayuda a clarificar su intención al escribirlo: cuaderno de esperanza.

El texto cuenta con un excelente prefacio escrito por Patrick Viveret, filósofo francés y experto en temas de empleo. Y con un epílogo no menos interesante, escrito por Jaume Carbonell Sebarroja, que traza una semblanza del autor y ayuda al lector a situarlo en su trayectoria vital, centrada en experiencias de autogestión y alternativas viables al capitalismo demoledor que nos corroe y, a la vez, nos permite el acceso a los bienes que disfrutamos – aunque no a todos, ni a todos por igual. El libro se divide en cuatro partes en las que se van desgranando sorprendentes e interesantes reflexiones, que se articulan en torno a temas tales como la memoria, el auto-engaño y la alineación cultural, la economía solidaria, la formación profesional y el empleo. Dentro de cada una de estas secciones, se encuentran unidades temáticas que tienen sentido en sí mismas y que se pueden ir leyendo a ratitos, de modo que resultan un deleite y una fuente de inspiración. El lector no podrá más que asombrarse  y alegrarse al tropezar con algunas de las muchas gemas que,  en forma de poemas o de bellos dibujos o metáforas, el libro contiene. No quedará inmune al poder del afecto, el amor y la amistad que se transmite en sus páginas y a la belleza de una prosa que tiene el sabor auténtico de la experiencia vivida.

Como me une al autor una amistad que es anterior al desarrollo de nuestras vidas profesionales, me siento pisando la tierra firme de la seguridad y la confianza y, por eso, me permito llamar la atención sobre una cosa que puede resultar algo sorprendente, que es precisamente la cuestión de la esperanza. Soy consciente que tanto el autor como yo misma, y como seguramente la inmensa mayoría de los lectores, provenimos de una tradición religiosa que ha hecho de la esperanza y de la vida futura la recompensa o el fin de los sufrimientos de esta vida. Desde  que San Agustín escribiera “La ciudad de Dios”  hasta hoy, se ha instaurado el vivir en el tiempo futuro, en la idea de algo que llegará mañana. Pero ¿realmente necesitamos la idea de esperanza para vivir? ¿acaso la esperanza no consiste en la creencia que, de algún modo, las cosas serán mejor mañana? Y ¿no es esta la vía por la cual la experiencia directa y auténtica de lo que pasa se convierte en una experiencia mental que puede ser manipulada en el pensamiento?, ¿acaso no ha sido este vivir en el futuro la vía por la cual la experiencia directa se ha ido convirtiendo cada vez más en un asunto mental, individual, privado y que se aspira a ser controlado con el propio pensamiento?, ¿no es verdad que la vida sólo es posible en el presente? sólo respiramos en el presente y el cerebro solo funciona en el presente. Si pienso sobre algo en el futuro, lo estoy pensando ahora, en el presente. El futuro sólo es un contenido mental de mi mente ahora que lo estoy pensando. No es real. Lo real sólo es ahora y, así, me parece que la idea de esperanza es un concepto dualista que nos impide ver lo que necesitamos ver.

La crisis nos ha situado a todos en el ahora y en la necesidad de llegar a lo que somos en un sentido profundo, en lugar de en el sentido superficial de lo que nos imaginamos o pensamos ser. No podemos más que ir a las raíces, volver a la tierra, hacernos conscientes de la inmensa sabiduría que hemos heredado.  Sólo me queda desear a los lectores que disfruten este bello texto y a su autor, mi amigo, darle las gracias por haberlo escrito.

por María Teresa Miró. Profesora Titular de Psicología. Universidad de La Laguna

La voz del viento ver 39 ESP.Still201